Hilos en mi cuerpo, sosteniendo, maniobrando cada parte, miembro, órgano. Y en mi mente, aunque casi invisibles, hilos también. Y desde allí, donde resultan casi imperceptibles, son capaces de hacer y deshacer como les plazca, de imperar sobre los otros, los visibles, sobre los que creo aún tener dominio.
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Aquellos hilos en mi mente, convencidos de su superioridad ante mí, no se sienten parte de mi existencia, de mi ser, y es por esto mismo que hasta yo llego a pensar que sobre mí (adentro mío) hay otro ser de una existencia atemporal e inespacial al que simbióticamente pertenezco, como pertenecen las bacterias a mis intestinos. Y entonces caigo en la cuenta de mi desgracia, de mi inferioridad ante este ser ya sea desde una perspectiva física, portadora del cuerpo en el tiempo y el espacio y que soporta lo que la realidad le tiene deparado, como desde una inteligible o inmaterial, consciente de su control sobre mis actos y procesos mentales.
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Suele tenerme lástima y me deja de vez en cuando sentirme bien conmigo misma, satisfecha con lo que creo hacer desde mis impulsos. Pero esta lástima es el resultado de arduas discusiones que mantengo internamente, asumiendo que discuto conmigo, con mis adentros, criticando mis acciones, mis intenciones, mis deseos. Y así, luego de horas o incluso días de conflicto, como si se hubiese tratado de mi propia gestación, una parte de mí a la que yo pertenecía parece abandonarme, obligarme a salir de ese universo interior donde suelo encerrame, donde le pertenezco a ese ser, que parece apiadarse de mí y soltar los hilos.
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