Lo primero que observó desde su pequeño, diminuto, lugar fueron sus pies. Sintió que algo los mantenía estáticos, inertes, encastrados en el suelo. Se quedó observándolos, con su cabeza en ángulo recto a su columna, paralela al suelo. Permaneció así quizás por horas, mientras el mundo pasaba ferozmente al lado suyo, como si nada sucediera. Luego de un extenso período inmóvil, se agachó, flexionando sus rodillas, como un niño que se agacha para ver más de cerca un insecto en el pasto, sosteniendo todo su cuerpo con la planta de los pies. Continuó, con sus muslos ahora en su pecho, con sus ojos aún en sus pies, sin que nada la perturbara, mientras exploraba cada mínimo detalle minuciosamente para almacenarlo en su retina. Algo debía estar escapándosele, escondiéndose de ella, temiéndole. Algo tan inherente a sus ojos como a sus pies, negándose a ser descubierto, recuperado, vuelto a la vida.
(...)
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