24.9.09

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Las hojas perdidas del otoño habían, al fin, resurgido en las ramas lastimosas de los árboles. El invierno había pasado inadvertido, fugaz. Era ya una cuestión de los años, supongo, una especie de manía incorporada a modo de defensa por la que había empezado a vivir las cosas como si fueran efímeras, a vivirlas continuamente en el recuerdo.

Tenía una enorme colección mental de planes y objetivos que pensaba llegaría a alcanzar ni bien me recuperara. El problema se encontraba, sin embargo, en que uno de aquéllos era, precisamente, recuperarme, salir de una vez por todas de aquel cuerpo adolescente y afectado, y empezar a construirme, a reconstruirme después de tantas metamorfosis fallidas en lo que había de terminar siendo: una mujer.



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