Había un misterio adentro suyo. Un misterio que a veces se resolvía sin que ella se diera cuenta. Un misterio que a veces pasaba días perturbando sus silencios, evitando que soltara palabra alguna. Las páginas permanecían en blanco por meses.
*
Nada salía hacia afuera como antes. Todo era insípido. Había muerto por dentro una parte de sí.
*
Mi cuerpo quiso alejarse. Pero no, no fue mi cuerpo el que se alejó. Nada pudo alejarse, en realidad. Ya era tarde.
*
Quiso llorar pero apenas pudo lograr que sus ojos se nublaran ante la leve cortina salada previa al llanto. Y allí, en ese momento cúlmine de asfixia que antecede al diluvio, se quedó estática, petrificada, muerta de miedo. Había comenzado a despegarse. Un día había pasado y su mente había dejado de fabricar aquellos exhabruptos instantáneos en los que su imagen se le clavaba firme entre su córnea y su nervio óptico, producto de tantas y extensas examinaciones a su rostro.
Tembló. Tembló con todo el alma para devolverse con ella. La sintió en su garganta, cerrándole la tráquea, invadiendo sus pulmones, colapsando cada minúsculo alvéolo que el tabaco aún dejaba funcionar.
*
Debería no darte explicaciones. Las explicaciones no hacen más que devolverme con aquellos. Con los otros. Con los nadies.
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Cuando invisible.
Cuando despierta.
Cuando mi vida y mi muerte juntas.
Cuando mi calma.
Cuando aquí estás.
*
Recojo pedazos.
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