26.9.09

Ese mundo infinito en donde se guardan los recuerdos; esa inexistencia material de los cuerpos y los momentos compartidos, había de poder volverse un simple pedazo de papel en mis manos, de quemarse y extinguirse por completo.

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Sus ojos marrones se perdieron de vista, siguiendo el curso de su cabeza, mientras aquella imitaba el de su cuerpo al alejarse. Ya no la vería nunca más de esa manera, con esa sensación compartida de angustia y consuelo, de pérdida y de encuentro. Los juegos que alguna vez nos habían unido tanto habían quedado atrás, en algún rincón intacto de su memoria y de la mía. Un rincón donde los guardaríamos para siempre, donde nunca nadie pudiese entrar y hacerles daño.





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El presente, la fortuita imagen y reflejo del presente, eran ya, para mí, la peor de las mentiras jamás creadas por el hombre.


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